Nueve mujeres vivieron solas dos meses. Entre otras tareas, cavaron pozos y arreglaron caños.
Cuando dos bracitos flacos de mujer parecen poca cosa para soportar un verano con diez grados bajo cero, y tienen que derretir nieve para bañarse o sostener a una compañera para doblegar vientos de 80 km/h, se sobrevive a fuerza de maña. Por primera vez, nueve mujeres de la Fuerza Aérea pasaron dos meses sin hombres en la Base Matienzo, en la Antártida. Arreglaron cañerías congeladas, cavaron pozos para hacer agua, construyeron vallas. Pero para algunas, el mayor esfuerzo fue abandonar la vida con los hijos.
Aldana Funes (25) estudió plomería. "Mi trabajo fue reparar las cañerías que se quiebran cuando el frío las congela. Cuando la fuerza no me alcanzaba, me ayudaba la enfermera", cuenta. "También hicimos carpintería. Tuvimos que construir vallas de contención con bloques de madera para que la erosión no dejara la edificación en el aire". Dice Noelia Lugones (28): "Cuando empecé a estudiar mi mamá me quería matar. Quería que estudiara algo de mujer". Claro, Noelia estudió mecánica.
Entre todas arreglaron las membranas de los techos y, como ya no se permiten los perros que tiran trineos, salían, en pendiente y con la nieve blanda trepada hasta las rodillas, a buscar provisiones. "También salíamos a hacer agua. Cavábamos un pozo que se alimentaba con los chorrillos que provienen del deshielo del glaciar y con una bomba mandábamos agua al alojamiento", dice Noelia. "Hasta que se congeló y tuvimos que derretir nieve y bañarnos con baldes", interrumpe Claudia Gutiérrez (33), la meteoróloga. Para que Claudia pudiera estudiar el clima sin que el viento la arrastrara a un precipicio, las otras la ataban con una soga. Mientras, a 3.359 kilómetros, en Buenos Aires, su marido cuidaba a sus dos hijos.
"Vos estás loca", cuenta Bárbara Bonson (21) que le dijo su papá. Ella y Valeria Fernández trabajaron en la usina que proveyó a la casa de las cinco horas de electricidad diarias. Gisela Ríos, la encargada de base, acababa de volver de Marambio cuando salió el viaje. Tiene dos hijos de 9 y 5 años. "Fue muy duro tener que explicarles que mamá tenía que volver a irse", confiesa.
El grupo se completa con Vilma da Silva, encargada de comunicaciones, Alicia Sedeño, ingeniera electromecánica y jefa del grupo, y Angeles Barcena (31), la enfermera y la única que no volvería porque quiere tener un bebé. Angeles concluye: "No hicimos las tareas tan rápido como los hombres. Para ir a buscar comida hacíamos tres viajes. A nuestro ritmo, pero lo hicimos".
Fuente: Clarín.
domingo, 8 de marzo de 2009
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1 comentario:
Clarín puto, aguante Chuck Norris
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